Que vivir no duela


- Hola, ¿qué tal estás?
- Bien.

Es el saludo más habitual del mundo. Una pregunta automática y una respuesta aún más automática. “Bien”, decimos casi sin pensarlo, aunque por dentro estemos cayéndonos a pedazos. A veces porque no queremos preocupar. Otras porque no sabemos cómo explicar lo que nos pasa. Y muchas veces, simplemente porque sentimos que no hay espacio para decir otra cosa.

Pero ese “bien” que oculta el malestar, ese “bien” que tapa el cansancio, la tristeza o la angustia, está muy presente. Y cada vez más. En las aulas, en los trabajos, en las casas. En personas que sonríen, cumplen con todo, y por dentro… se están deshaciendo.

Y es que todo en esta vida va demasiado rápido. Todo exige. Todo compara. Fingimos que estamos bien porque nos han “enseñado” que no podemos mostrarnos rotos. Pero hay muchas personas que ya no pueden más. En esta sociedad que corre tanto y abraza tan poco, vivir se ha vuelto cada vez más complicado.

Hay dolores que no se ven. Gente que sonríe mientras está rota por dentro. Y en medio de tanto ruido, de tantas pantallas, de tanta presión… el sufrimiento se esconde. Y se queda solo.

Sé de lo que hablo. Un familiar muy querido se quitó la vida con solo 33 años. Sé lo que sufrió antes de irse sin despedirse. Y sé lo que quedó después: el vacío, las preguntas, la culpa que no tocaba, el dolor inmenso de una madre que ya nunca será la misma.

Nadie se suicida por capricho. Tampoco por cobardía. Quien toma esa decisión suele haber aguantado mucho más de lo que podía. Por eso, lo que más necesitamos no es juzgar, sino comprender. Escuchar. Estar.

El suicidio es ya la principal causa de muerte no natural en Canarias. En 2023, se registraron 241 suicidios. Siete eran menores. Y aunque los datos de 2024 aún no están cerrados, ya se sabe que los intentos entre adolescentes subieron un 50%.

Cada vez son más. Más jóvenes. Más familias que no entienden qué pasó. Más vidas que se apagan. Y eso nos tiene que hacer reaccionar.

Según el Ministerio de Sanidad, entre el 80% y el 90% de las personas que se suicidan habían dado señales antes. A veces no lo dicen con palabras, pero se nota en su forma de estar, de mirar, de aislarse.

En Canarias hay protocolos escolares, campañas de prevención, servicios de atención psicológica y la línea 024, que funciona 24 horas, gratis y de forma confidencial.

Pero no es suficiente. Hace falta mucho más. Hace falta un cambio de fondo.

Durante años se creyó que hablar del suicidio podía provocar más suicidios. Hoy sabemos que no es así. Si se habla con cuidado, con respeto y con responsabilidad, lo que se consigue es justo lo contrario: prevenir. Hacer visible lo invisible. Mostrar que hay salida. Que se puede pedir ayuda. Que se puede volver a vivir.

Escuchar historias reales de personas que estuvieron al borde y salieron adelante puede salvar vidas. Porque quien se siente comprendido, ya no está tan solo.

Pero no podemos hablar de salud mental sin hablar de cómo se vive. Hay personas completamente agotadas por las deudas, el paro, los sueldos bajos o la incertidumbre diaria. Viven con miedo cada fin de mes. Y ese miedo no se ve siempre desde fuera, pero lo va quemando todo por dentro.

Cuando hablamos de justicia social, hablamos de esto: de que trabajar no sea igual a vivir con ansiedad. De que tener una vivienda no sea un privilegio. De que los jóvenes puedan emanciparse sin tener que compartir habitación con desconocidos, porque alquilar por su cuenta es impagable y comprar una casa ya ni se contempla.

También hablamos de condiciones laborales dignas: tanto para quienes trabajan como para quienes contratan. De que vivir no sea una lucha diaria por no hundirse.

Cuando la vida se reduce a resistir con lo justo, la esperanza se apaga. Y eso también duele. Eso también enferma.

Salud mental es vivir con dignidad. Y la felicidad, esa palabra que a veces parece cursi, es justo lo contrario del sufrimiento sostenido. No estamos hablando de lujos. Estamos hablando de poder vivir con un poco de paz.

Por eso necesitamos un cambio. Urgente. Profundo. Real. Las instituciones tienen que invertir muchísimo más en salud mental: más profesionales, más presencia en los barrios, más escucha.

Pero también necesitamos cambiar como sociedad. Menos prisa. Menos exigencia. Más afecto. Más espacios donde poder decir “no puedo más” sin miedo. Más educación emocional, para que desde pequeños aprendamos a acompañarnos, a sostenernos, a pasar por el dolor sin quedarnos solos.

Porque cuando alguien se suicida, no solo muere una persona. Se apaga una historia. Se rompe una familia. Y mientras sigamos mirando a otro lado, seguirá pasando.

A quienes tienen poder político, institucional o mediático, les suplico: No lo dejen para después. No esperen a la próxima tragedia. La salud mental no puede seguir siendo secundaria. Es una urgencia. Es una responsabilidad. Es una oportunidad para gobernar con compasión, y construir una sociedad que cuide, que abrace, que no abandone.

Que vivir no duela. Que vivir se pueda. Que vivir sea un derecho, y no un privilegio. Ese debería ser el pacto más urgente de nuestro tiempo.

No es culpa. No es cobardía. Es dolor. Y es urgente acompañarlo.

Ojalá te sirva,... ojalá nos sirva.