Amar bien. Dos palabras simples, pero con un significado tan profundo que pueden transformar nuestra vida y la de quienes nos rodean.
Amar bien no garantiza que todo sea perfecto ni que nuestra vida se convierta en un cuento de hadas. Pero si es cierto que esa forma de amar, sana, construye, abraza las diferencias y nos permite crecer en medio de los desafíos.
El buen amor nace del respeto y la compasión con nosotros mismos. ¿Cómo podemos amar a otras personas si no aprendemos primero a mirarnos al espejo sin juicio, con ternura? El amor propio no es egoísmo. Es hablarnos bonito, aceptarnos con nuestras virtudes y nuestras sombras, entendiendo que siempre seremos un proyecto en construcción.
En las relaciones personales más que buscar el amor, buscamos paz, aunque, a veces la vida nos premia con personas que están dispuestas a dar eso y mucho más. Pero el buen amor, bien sea en pareja o con familiares, amistades, etc., se construye cada día, y como toda obra, necesita cimientos sólidos:
Amar bien es aceptar a la otra persona tal como es, sin intentar cambiarla. Es mirar más allá de las diferencias y valorar su esencia. Es ayudarle a brillar.
Es salir de uno mismo. Es pararte y preguntarle qué necesitas, qué quieres, cómo te puedo ayudar. Es ofrecerle eso y no lo que a mi me parece que le viene bien. Es escucharle con el corazón, no solo con los oídos. Es empatizar.
Es hablar con honestidad y claridad. En el buen amor, las palabras construyen puentes, no muros. Es no dar por supuesto nada. Es evitar que la otra persona sobrepiense y se preocupe sin necesidad. Es comunicar.
Es entender que amar no es poseer, ni depender. Es respetar los espacios y celebrar la individualidad. Es libertad.
Es el antídoto al miedo, al sufrimiento, al dolor y a la muerte. Es sanador.
Es sentir que el interés es recíproco, las ganas son mutuas y los sueños infinitos. Es armonía.
Es estar dispuesta, y disponible, para construir un vínculo donde la seguridad y la confianza sean la base, y donde las dudas se aclaren con hechos, no promesas vacías. Es compañia.
Es llegar a acuerdos en los que ambos ganan. Es poner límites. Es lealtad.
Es decir en voz alta y mirando al cielo, 'Bendita sea' por coincidir, porque hayas aceptado estar conmigo, porque todo conspirara por ti y por mi. Es dar las gracias.
En la intimidad, el amor se convierte en algo sagrado, es desnudar nuestras almas para acariciarlas con ternura, es mirarnos despacito hasta intentar descifrarnos. Es conversar hasta la madrugada. Es reírnos por nada y por todo.
Estos ingredientes no siempre son fáciles de conseguir, pero cuando lo haces, el amor se convierte en un refugio donde poder crecer y SER.
El buen amor no se limita a la pareja. Es el amor por la vida, por la familia, por la amistad, por la naturaleza, por los animales, por los momentos simples, por las pequeñas maravillas que nos rodean. Es el amor que sentimos al ver un amanecer, al disfrutar de un paseo con los perros, al escuchar una canción que nos conecta o una risa sincera, es perder la noción del tiempo haciendo aquello que nos apasiona.
A menudo nos venden un amor idealizado: sin conflictos, sin dificultades, siempre perfecto. Pero el amor real es diferente. Es ese que, a pesar de las imperfecciones, elige quedarse. Es el que se arruga con el tiempo, pero nunca pierde su esencia.
El buen amor no busca la perfección, sino la autenticidad. Es un recordatorio de que amar no es encontrar a alguien que nos complete, sino compartir el camino con alguien que nos inspire a ser mejores.
El buen amor no llena vacíos, porque no es su trabajo hacerlo. Pero sí nos acompaña en el proceso de encontrar nuestra propia plenitud. Sana heridas que creíamos imposibles de cerrar. Nos enseña a confiar después del desengaño, a abrir el corazón después del dolor.
Amar bien es abrir los ojos al milagro de estar vivos. Es encontrar belleza en lo cotidiano y gratitud en lo sencillo. Porque la vida, con todas sus complejidades, siempre tiene algo que ofrecer a quien sabe mirar con el corazón.
El buen amor no es ruidoso. Es más bien una revolución silenciosa, es la única fuerza capaz de cambiar el mundo. Cuando elegimos amar bien, dejamos una huella en cada persona que tocamos, una huella de comprensión, de bondad y de ternura.
Porque al final, el buen amor es sembrar semillas de bondad, con la esperanza de que florezcan en los lugares y de las formas más inesperadas. Es caminar por la vida sabiendo que puedes ayudar a generar una cadena de favores en este mundo tan necesitado de amor verdadero.
Así que, te invito a ser parte de esta revolución del corazón. Ámate con todas tus fuerzas. Ama a los demás desde el respeto, la empatía y la libertad. Ama la vida, incluso en sus días oscuros.
Porque el buen amor, ese que construimos poco a poco, es el que tiene el poder de transformar no solo nuestras vidas, sino también el mundo que nos rodea. ¡Atrévete a amar bien, y verás cómo el mundo cambia contigo!
El buen amor es el mejor regalo que podemos ofrecer. ¿Estás lista para regalarlo?